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Estudio de color 1. Adriana Tomatis

Cama adentro: nuestro lado más oscuro

La invisibilización de las Trabajadoras del Hogar en la Lima del siglo XXI

Publicado: 2017-02-12

Lima es una ciudad en muchos sentidos, colonial. Al clasismo, machismo y racismo que se manifiestan diariamente a nivel consciente e inconsciente en la publicidad, la televisión, nuestros comentarios y acciones, debemos sumarle una dolorosa raya más a este tigre achorado que es Lima: somos una sociedad profundamente dominante y de muchas maneras esclavista. Así como en la colonia se justificó la esclavitud de los indios con el pretexto de que debían ser humanizados y evangelizados, pues en el fondo se necesitaba esa mano de obra gratuita, de la misma manera, la clase media y alta limeña ha perpetuado una relación perversa con las trabajadoras del hogar pues es la solución barata para que le cuiden a sus hijos, les cocinen y les limpien sus inodoros. 

Basado en una diferencia de factores, abstractos y concretos a la vez, como clase, educación, género y raza, hemos establecido con las trabajadoras del hogar una relación de superioridad sobre ese Otro inferior, iletrado, femenino y cholo. No hemos hecho ningún esfuerzo por entender esta relación y, por lo contrario, la hemos complejizado (también en el sentido de sacar a flote nuestros complejos) aún más.

Describiré mi experiencia como limeño, aunque esta dinámica se replica, con matices, en todas las regiones. La migración desde las provincias hacia Lima que se dinamizó en los años cincuenta, generó una oferta inmensa de una mano de obra no especializada, 100% femenina y sumamente barata que rápidamente empezó a cubrir la demanda por trabajadoras del hogar (empleadas domésticas; empleadas; o, simplemente “la chola”) que exigía una clase media emergente. Por décadas las trabajadoras del hogar realizaron labores domésticas sin una ley que las proteja, ganando sueldos miserables por trabajar 60 o más horas a la semana y sin ningún tipo de beneficios: acceso al Seguro Social, al Fondo de Pensiones, CTS, gratificaciones o vacaciones.  

Todo esto abuso trajo consigo categorías inmobiliarias y laborales casi surrealistas. Los departamentos o casas de Lima incorporaron los tristemente famosos “cuarto y baño de servicio”, que en muchos casos consistían en pequeños o precarios espacios ubicados en las azoteas, zonas de lavandería o detrás de la cocina, donde las trabajadoras del hogar dormían de lunes a sábado bajo la modalidad de “cama adentro”. “Cama adentro” en limeño quiere decir, hasta ahora, trabajar 24 horas diarias durante seis días a la semana y en algunos extremos, siete. 

En el 2003 se promulgó la Ley Nº 27986, o Ley de las Trabajadores del Hogar, donde se estipulan las modalidades de contrato, las jornadas laborales y los beneficios que deben ser incluidos en un contrato entre un “empleador” y una trabajadora del hogar. Si bien esta ley es un paso adelante en la protección de sus derechos laborales, todavía falta mucho camino por recorrer.La trabajadora del hogar ha sido minimizada e “invisibilizada” generación tras generación. Nuestras actitudes paternalistas e incluso las más violentas, como la violación, han normalizado una relación en la que es considerada un accesorio antes que una persona que tiene un contrato de trabajo con nosotros, lo que en la práctica implica derechos reconocidos por ley. 

Por eso, le ponemos uniforme, a pesar de que exigirlo está prohibido por ley; usamos diminutivos para referirnos a ellas; no decimos nada cuando no se siente cómoda almorzando en la misma mesa que nosotros; les exigimos cosas que nosotros mismos no estamos dispuestos a hacer; valoramos su sazón a la hora de cocinar, pero no sus esfuerzos por continuar estudiando o por terminar una carrera; usamos con frecuencia la frase “mi empleada es como de la familia” pero, a la vez, nunca aparece en las fotos familiares; o, nunca le preguntamos si está disponible para hacer esas horas extras ya que asumimos que tiene que estarlo.  

Hace unos días leí en una página de Facebook opiniones a la pregunta de un usuario sobre cuánto debía pagarle a una trabajadora del hogar a la que le propondría pasar del régimen “cama afuera” al régimen “cama adentro”. Las respuestas y/o sugerencias fueron de terror. Apelando a la falta de estudios, al “trato horizontal” siempre observado, o a la alimentación que un régimen “cama adentro” significaría, una buena cantidad de comentarios justificaban un pago irrisorio y horas de trabajo que excedían lo legal. El desprecio por el Otro atravesaba, inconscientemente, buena parte de los comentarios. Me imagino a muchos de mis amigos y amigas, todos ellos muy progresistas y ecológicos, pensando de la misma manera. ¿Por qué tengo que pagarle tanto si en el mercado puedo encontrar a alguien más barato?; ¿debería descontarle la comida?; ¿acaso trabaja cuándo ve televisión o cuando sale a pasear al parque con mi hijo?

Los casos que he podido observar a lo largo de todos estos años son cada uno más perverso que el otro: la trabajadora del hogar violada y embarazada por el niño engreído de la casa con la complicidad de los padres; la pariente pobre que termina trabajando en tu casa y con la cual la relación es distinta; la menor de edad separada de su familia y de su región a través de un acuerdo económico con sus padres. En todos hay un elemento de poder: abuso sexual; irrespeto a derechos humanos que pensamos el Otro no tiene; sentimiento de superioridad por factores económicos. 

Si en casa trabaja una persona contigo bajo el régimen de Trabajadora del Hogar, te propongo, con el ánimo de medir que tan informado y sensible estás con este tema, responder a estas 10 preguntas sobre tu relación con esa persona. Quizás cuando termines te queden ganas de pensar un poco antes de salir a la próxima marcha. Desde un punto de vista sistémico, si en casa trabaja contigo alguien cuyos derechos no respetas o a quien le atribuyes las características del Otro, sostengo que será bien difícil, sino imposible, que puedas pensar en hacer la revolución afuera. 

La revolución debe empezar, siempre, dentro de nosotros mismos.  

1. ¿Conoces el apellido de la persona que trabaja en tu casa?; ¿sabes cuántos hijos tiene?; ¿sabes si sus padres están vivos?

2. ¿Sabes en dónde vive?

3. ¿Has pisado la casa de la persona que trabaja en tu casa alguna vez?

4. ¿Obligas o sugieres a la persona que trabaja en casa a usar un uniforme?; ¿sabes que esto es ilegal?

5. ¿La persona que trabaja en tu casa puede utilizar cualquier baño que tú o el que otros miembros de tu familia también utilizan?

6. ¿Cuántas horas semanales trabaja esta persona en tu casa?

7. ¿Tienes al menos una foto en dónde la persona que trabaja en tu casa aparece con tu familia en la cual no esté cargando a tus hijos, cuidándolos o empujando el coche?

8. ¿Conoces la Ley de Trabajadoras del Hogar?; ¿la has leído?; ¿la has compartido con la persona que trabaja en tu casa?

9. ¿Estás al día en los aportes que tiene que hacer a ESSALUD y la ONP en relación a la persona que trabaja en tu casa?

10. ¿Hace cuánto que no ha salido de vacaciones esta persona?


Escrito por

Hugo Martínez Garay

Escribo todo lo que puedo, trabajo en Copiloto y dicto en la facultad de Psicología de la UPC. Papá de Leandro y Julián a tiempo completo.


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Hugo Martínez Garay

Escribo todo lo que puedo, trabajo en Copiloto y dicto en la facultad de Psicología de la UPC. Papá de Leandro y Julián a tiempo completo.